miércoles, 26 de noviembre de 2014

Encendió y ahora "El fuego camina conmigo"


Mi nuevo libro de cuentos El fuego camina conmigo llega ahora. Los editores han hecho un gran trabajo y yo estoy muy contento con ello. Pronto estará en librerías, pero antes pasará por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014.

Dice en la contraportada:
El título de El fuego camina conmigo no es gratuito, ni un mero tributo a la obra de David Lynch. Aquí cada relato de Gerardo Cruz-Grunerth parte de las atmósferas de incertidumbre lyncheanas —aquellas donde se entrecruzan las tramas de lo onírico y lo real, por ejemplo—, lo cual queda claro desde el primer relato, que además da título al volumen.              
Desde ahí, Cruz-Grunerth comienza su propia exploración a través de historias donde el misterio, el crimen, lo surreal, incluso lo fantástico, se hallan agazapados tras los sucesos más simples de una vida diaria que parece no inmutarse, combinación que logra, poco a poco, sacar de quicio a sus personajes. O al revés: nos hacen vivir la realidad perturbadora y fría de los desquiciados, aquellos que ya cruzaron la puerta. Es por ello que en las distintas cotidianidades de El fuego camina conmigo, las relaciones de pareja son tormentosas e imposibles; y con la misma reciprocidad, puede decirse que es el tormento de las relaciones amorosas el que crea las atmósferas turbias donde se desarrollan estos excelentes cuentos.           
      El fuego camina conmigo obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2010, con un jurado compuesto por Guadalupe Nettel, Guillermo Fadanelli y Bernardo Fernández Bef, quienes recomendaron la publicación del libro. Tras cuatro años de destilación, helo aquí, corregido y mejorado.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Fue el Estado, pero nosotros somos los sepultureros

El Estado lo volvió a hacer, a lavarse las manos  y decir "esto no es un crimen de Estado". Da carpetazo sin darlo (qué dirían los organismos internacionales).     Desarticula la demanda social por los normalistas. Nos invita a compartir el cansancio y a refugiarnos en el olvido, como si todo hubiera sido un mal sueño (pero no es un sueño, es lo de todos los días).
     Fue el Estado, pero nosotros somos los sepultureros en este país de muertos, de fosas, miles de personas de desaparecidas, violadas, secuestradas, extorsionadas, de golpeados por las fuerzas del orden, de muertos de hambre mientras la opulencia de los gobernantes es exhibida por ellos mismos, con sus nóminas, sus gastos pagados, sus aviones, sus yates. Mientras tanto, nos van desollando, miramos cómo van desollando al vecino, como nos van desollando la cara, el cuerpo, el país.
     Fue el Estado y el narco, pero nosotros seguiremos poniéndonos en sus manos, para terminar en alguna fosa o desaparecido. Les “perdornaremos” todo. Perdonaremos que nunca hay culpables, verdaderos culpables, tras las rejas, ni en el 68, ni en Aguas Blancas, ni en la guardería ABC, ni en Ayotzinapa, ni... nunca. Los perdonamos con nuestra omisión social.
     Fue el Estado y seguirá siendo porque nos dejamos solos a nosotros mismos, como un gran pueblo violentado. Así, lo único que se puede garantizar es que la miseria nacional siga, que aumente. Que los casos aislados sigan siendo aislados, porque nosotros permitimos que el Estado los aisle, que el dolor de una familia, de otra y de miles se aíslen, se incomuniquen. Un país regado por la sangre de miles de casos aislados. Un país, panteón de casos aislados, que nosotros sepultamos, donde nosotros somos el ideal sepulturero del crimen de Estado.

domingo, 17 de agosto de 2014

Librerías de viejo

Hace más de diez años, cuando llegué a vivir a Guadalajara, me agradó descubrir que mi barrio, la Colonia Americana, estaba lleno de buenas librerías. Podía hacer una trayectoria por mi calle, López Cotilla, desde Unión hasta el centro, e ir parando entre librerías “de nuevo” y “de viejo”. Mi casa estuvo siempre en este intersticio libresco. De ahí mis predilectas de viejo: El Desván de Don Quijote, Librería Selecta, Librería Romo y la Librería Hispánica.
          Yo no suelo distinguir ente librerías de nuevo y de viejo, para mí ambas son sencillamente librerías. Tampoco me gusta aquello de primera y segunda mano, pero hoy no tengo margen para eludir estos términos. Sin duda que las librerías de primera mano son un grato lugar, algunas veces incluyen un área para beber café, citarse con alguien o para leer lo que se acaba de comprar, recién despojado del fetiche del celofán. Sin embargo, las librerías de fondo se van extinguiendo de a poco, van faltando librerías donde sus propietarios y empleados sepan lo que venden, es más, van faltando librerías con una vocación por la oferta literaria, que sepan correr el riesgo del pedido de títulos no comercialmente probados.
          Al respecto, hace unos meses escuché decir al editor del sello valenciano Pre-Textos una verdad dolorosa: “En las librerías, las mesas de novedades cambian más rápido que los escaparates de Zara”. La velocidad con que aparecen nuevos títulos en las librerías físicas y digitales es desproporcionada a la manera en que se lee. Las devoluciones y el envío a bodega de ejemplares y ejemplares, así como su destrucción es el futuro cercano para muchas obras.

          Las librerías de viejo tienen una oferta que difícilmente se encuentra en las de nuevo, es otra oferta. Luego de buscar por todo el país, incluso en la editorial y sus almacenes, uno termina por no encontrar algún libro. Entonces uno se da cuenta que los únicos ejemplares que quedan a la venta están en Argentina o España, y nadie querrá pagar el envío y aguardar a su arribo. Libros descatalogados, que en otro tiempo estuvieron en cada librería, de autores de nombre, eso es lo que uno logra encontrar en las secondhand después de buscar tan lejos, dedicando un poco a pasar por las librerías de viejo. Así me hice de unos L. M. Panero y D. Coupland.
          Contaban en los pasillos de Letras de la Universidad de Guadalajara que buena parte de la biblioteca personal de Juan José Arreola había ido a parar a las librerías de viejo, y ahí, con suerte, uno se encontraría con una dedicatoria, un ex libris revelador. Esto era parte del mito de las librerías de usado en la universidad, lo que quizá nos alentaba a buscar aquellas decenas de libros que cada semestre se leían, si no se optaba (o no alcanzaba) por un ejemplar de las bibliotecas. Porque, desde luego, buscar un título en estas librerías puede ser una aventura.
          Sin duda, son muchos grandes títulos los que he adquirido en este polígono librero tapatío. Libros en francés, teoría literaria, alguna primera edición. Hay quienes piensan que estos libreros no saben lo que venden, porque uno puede tener un gran título en una gran edición por unos cuantos pesos. Por supuesto que saben lo que venden, pero de qué les sirve llenar sus libreros de grandes ediciones y jamás venderlos por ponerles su precio “verdadero”.

          Gente cercana a mí se queja, como muchos, del alto precio de los libros. Yo no logro ser lector de novedades, esa es mi salvación. Mientras tanto, otros se pasean frente a mí con sus nuevos libros que yo no envidio. Para ellos lo mismo da ir al supermercado o a la librería, porque ambos tienen la misma oferta. ¿Cómo puede alguien quejarse del precio de la lectura si con menos de cien pesos uno puede salir de una de viejo acompañado por José Agustín, T. Capote y Guillermo Fadanelli, por ejemplo?
          En noviembre pasado visité la Librería Canuda de Barcelona, un día antes de su cierre total, el dueño puso en liquidación toda la tienda. Los clientes, verdaderos amigos a fuerza de décadas de ir, de encargar algún título, algún autor, se despedían del propietario. Les oí decir que habían subido la renta hasta un punto inaccesible. Bajé al sótano, el olor a humedad era asfixiante, presionaba los pulmones como el agua helada. Di un paseo entre millares de ejemplares. Junto a la caja, quise ver a los ojos al propietario, le pregunté por algo de Panero; luego me dijo que en ese lugar abrirían una tienda Mango. Pagué mis libros y me despedí.
          Qué destino para una librería, aun más por estar en uno de los países donde las librerías de segunda pueden tener el mismo o mayor renombre que las librerías de nuevo. El día del cierre nadie imaginaba que pocos meses después un incendio alcanzaría a quemar el almacén donde fueron ubicados los libros tras la clausura, perdiéndose al menos 40 mil ejemplares en la conflagración.

          Las librerías de viejo son un ente que atrae a unos cuantos, un ente que no ha podido extender su presencia a otros ámbitos, porque su naturaleza es contraria al sentido de consumo, del consumo de lo nuevo, lo estandarizado, del pago rápido y a crédito, el consumo de lo que todo el mundo habla, de lo que se anuncia por todos los medios. Harían falta librerías de segunda mano esparcidas por otros barrios de Guadalajara y de las ciudades, y que enseñáramos a nuestros próximos a usarlas.
          Mientras tanto, éstas seguirán subsistiendo gracias a los estudiantes, a los lectores empedernidos, a los curiosos y aventureros que quieran empolvarse los dedos. No nos daremos cuenta del servicio y la vocación que estos negocios ofrecen hasta que, Rulfo no lo quiera, estas librerías desaparezcan. 
          Texto publicado originalmente en el suplemento Ocio del Diario Milenio el 9/8/2014.

martes, 29 de abril de 2014

Las manos del coronel

En 2004, la Universidad de Guadalajara organizó una edición extraordinaria de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar; en la inauguración y en una conferencia posterior, escuchamos a García Márquez, Saramago y a Carlos Fuentes, sentados en la misma mesa. Aquello era como si el Paraninfo en realidad fuera una mesa de cafetín... recordaban a un amigo-colega, a Cortázar, hablaban de él con reverencia y camaradería, y los del público escuchábamos la conversación de la mesa de al lado. Ahora, diez años después, los tres se han ido... como quien sale de casa en la tarde por un café.
          Eso fue sólo el comienzo. El segundo día de la Cátedra, estaba por dejar el Paraninfo cuando vi a cientos de personas formadas, para llegar con García Márquez, Saramago y Fuentes. Todos llevaban en la mano un ejemplar. Yo no.
En la fila rumbo al colombiano, atestigüé cómo algunos volvían de la librería Siglo XXI, o con bolsas de FCE o Gandhi; habían corrido para comprar un ejemplar y llegaban con él, aún con el celofán. Yo no tenía un libro de García Márquez, ni dinero.
          Ese día llevaba en mi maletín “La frontera de cristal” de Fuentes. Así que les enseñaba a los guaruras que sí tenía un libro por autografiar. Ellos no prestaban mucha atención al título o al autor. Era un libro de esas ediciones baratas con mal papel, de lejos pasaba por cualquiera.
          Yo no soy un cazaautógrafos. Nunca he pedido a los autores sus firmas ni una foto con ellos. Guardo ese deseo para los futbolistas viejos: Hugo Sánchez, Zidane o Maradona. No quería un autógrafo de Márquez. Yo pretendía llegar hasta él y saludarlo, verlo de cerca, escuchar su voz y ya.
          Yo era el último de mi fila. Dejé que otros pasaran primero. Un guarura me pidió que tuviera listo el libro para la firma. Junto a mí pasó Fuentes con su aire aburguesado; me daba igual que él ya se hubiera cansado de dar autógrafos.
Sólo faltábamos diez para llegar a Márquez. Ya veía al colombiano, pensaba en el periodista; yo había trabajado en el periodismo y pronto renuncié decepcionado al no encontrar lo que había leído en García Márquez. Ignoraba que semanas después volvería definitivamente a un periódico.
          Otro guardia que no había visto llegó hasta mí. Me pidió que le enseñara mi ejemplar. Lo enseñé a regañadientes. Parece que siempre hay un listo de traje negro que logra distinguir entre Carlos Fuentes y García Márquez. Me pidió que me fuera. Yo le decía que sólo quería saludarlo. Estaba a cinco pasos ya.
El viejo firmaba el último libro del día. Dos escoltas me tomaban por los brazos. Miraba sus audífonos con los que se comunicaban, decía que “me tenían”. Yo les repetía: “sólo lo quiero saludar”. Entonces escuché la voz de García Márquez.
          Una voz baja, cansada pero firme: “Déjenlo, viene conmigo”. Hizo una seña para que me acercara. Me preguntó cómo estaba; le dije que sólo quería saludarlo. Me estrechó la mano, sentí su piel de papel, blanda por dentro, le adivinaba las articulaciones, los huesos; se le veían las venas verdes.
          Me preguntó si yo escribía y dije que narrativa. Miraba su nariz enorme, sus lentes de pasta, su bigote cano. Él me decía que se alegraba de que escribiera, que hacían falta todas las cosas que yo pudiera narrar, que nunca pensara que narrar era un acto innecesario.
          Entonces, el guardia dijo que era hora de irse. Quise ayudarlo a levantarse, al abuelo García Márquez. Volví a sentir su mano, me despedí y caminé hacia el mediodía amarillo, sin un centavo en la bolsa que me permitiera salir de casa en la tarde por un café.
          Texto publicado originalmente en Diario Milenio, edición del 25 de abril de 2014.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Para no dar cuadratura a un círculo

Ahora que aparece publicado “Círculo que se cierra”, pienso en este libro como un fantasma que me rondaba desde hace tiempo. Encontrar a De Lo Imposible Editores significó de golpe no postergar más la entrega de estas narraciones, y así dejarlas “aparecer”, y funcionó porque este sello editorial fue la propuesta más honesta que se me antojaba para entregar este libro.
          Postergar su aparición no fue por una especie de desinterés, quise tener el libro en el ordenador, donde acudía cada cierto tiempo a revisarlo y reescribir, visitarlo y conocerlo, como se conoce a un zorro en el desierto. Desde luego, esto, la prórroga, también se ha de deber a que jamás he tenido un ansia por ver publicado (prontísimo) lo que escribo. Todo sucedió así, fue más fácil ir publicando los otros libros que fui escribiendo, y que se han etiquetado (no por mí) como novelas. Así, "Círculo que se cierra" es mi primer libro de cuentos.
            Ahora que está en camino mi próximo libro de cuentos, he pensado en ambos libros… aparecerán muy cercanos uno del otro, separados por apenas ¿un año? Pero uno tiene un camino recorrido mucho mayor (lo que no es indicador de mayor o menor calidad).
            Por otra parte, y volviendo a “Círculo que se cierra”, creo que el libro de cuentos no requiere una unión temática o unidad evidente, como se hace pensar; puede estar o no estar. Ahí se reúne una serie de registros diversos, porque los cuentos fueron escritos en momentos diversos, en lugares diversos, por sujetos diversos, que tenían ideas diversas del cuento y del libro, y sin embargo había un proyecto detrás de todos ellos; ese proyecto, pienso, permite que tampoco sea una “canasta de cuentos”, como se resolvía etiquetar hace unas décadas a un amasijo quizá inconexo.
            El primer cuento da nombre a todo el libro porque, de algún modo y bajo cierta relación, todos los cuentos son el primer cuento. Todos han viajado fantasmagóricamente por los territorios en que he vivido, con un pulso magnético que rellenaba mi bolígrafo para garabatearlos en mi cuadernillo, sentado en un café desde esas latitudes. 
            Leer el índice es ya para mí un catálogo portátil del pasado, es una vista atrás a través de un cristal empañado, a través de una cortina, de un tul. Lo del otro lado no es lo que era, lo que escuché del otro lado es un registro en sordina que está en el libro. Ahí queda, pues, la vida de otros espacios y sus habitantes, hilvanados por una niebla, como la que veo por la ventana junto a la que ahora escribo.

domingo, 2 de marzo de 2014

Buenos días, Martha. Un (no) book trailer para "Círculo que se cierra"

 Para mí es todo un acontecimiento ver mi cuento "Monólogo por amanecer" reescrito en el lenguaje cinematográfico, pasar del texto-textual al texto-audiovisual del cortometraje. 
       Aún más, el ejercicio efectuado por los realizadores del corto "Buenos días, Martha" es, sin que yo lo supera hasta que estuvo listo, una puesta en juego de varios fenómenos que a mí me gustan: la multidirección y por lo tanto la multi-escritura; la fragmentariedad-totalidad y el cadáver exquisito. 
       Así, seis autores acudimos al texto-textual-audiovisual, yo, con el texto: el guionista, con el guión; y cuatro directores, con sus cuatro secuencias fílmicas reunidas. Si bien son fenómenos que a mí me agrada teorizar, imaginar y a veces poner en marcha sobre el papel, jamás hubiera imaginado que alguno de mis cuentos podría ser punto de ensamblaje de este fenómeno.

Haz click aquí y consigue el libro en Amazon.com en su versión digital.

Ficha: Cortometraje basado en el cuento "Monólogo por amanecer" incluido en el libro "Círculo que se cierra" [De Lo Imposible Ediciones, 2013] de Gerardo Cruz-Grunerth.

Filmado y montado como "cadáver exquisito", por cuatro directores, equipos de producción y repartos.
       Todos los Derechos Reservados: RGB Audiovisuales, México, 2013.
Guión adaptado: Ronnie I. Medellín Reyes.*Secuencias 3, 6 y 10: Dirección: Arturo Contreras y Pepe Luis JuaRdz*Secuencias 8 y 9: Dirección y Fotografía: Juan Pablo Á. Isordia*Secuencias 2, 5 y 6: Dirección e Iluminación: Guillermo Padilla de los Santosy Gustavo Alonso*Secuencias 1, 7 y 11: Dirección y Fotografía: Pablo Melgoza Navarro.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Ittac Films, visión de la identidad

Ittac Films toma su nombre del vocablo náhuatl que significa “ya lo viste”. De manera coincidente con esta denominación, su búsqueda es la visión, la imagen. Bajo este nombre se encuentra la sociedad de Olivia Portillo Rangel y Rubén Pescina quienes desde inicios de este siglo han desarrollado proyectos de cine, video, animación y otras formas de expresión que conllevan la incorporación de nuevas tecnologías. 
            La afirmación “ya lo viste” implica una acción de hacer evidente, de mostrar lo real, lo que hay. Ciertamente, esta es la filosofía que llena el espíritu de cada uno de los filmes de este grupo, evidenciar es la textura subcutánea que encontramos en sus piezas, el entramado social y las relaciones que esto implica; en su expresión más accesible, la más inmediata, aparecen las formulaciones genéricas, que van del cine de ficción al documental.
            Portillo y Pescina no dudan en recordarnos que el cine es más que rodar en rollos de celuloide de 35 ó 16 milímetros, y exponen que más bien la cinematografía y su ejercicio implican una forma de narrar, una narrativa y abordaje de la misma desde una mecánica que subsiste a pesar de más de cien años de esta que es, ante todo, una disciplina artística. Es por esto, por esta fidelidad a la narrativa cinematográfica, que las producciones realizadas en asociación con el grupo Ittac Films se inscriben en lo cinematográfico; en este recorrido a través de más de un decenio han tomando como soportes las películas de 16 y 35 milímetros, las cintas de video digital hasta formatos como el HD y 3D. Así, los simples planes cinematográficos, han sabido llevarlos a la realidad mediante colaboraciones con múltiples instituciones como El Colegio de San Luis y el Canal 6 de Julio.
            Sin duda, la formación académica como cineasta de Portillo, quien tiene estudios de cine del CUEC y de maestría en cine documental, ambos por la UNAM; así como la formación de Pescina como diseñador gráfico y experto de la retórica de la imagen, y su oficio al frente de la mesa de edición y postproducción, tanto para cine como para televisoras de alcance internacional, son los engranajes que hacen posible que algunas de sus obras logren el reconocimiento experto. Para muestra, el cortometraje documental “La mutilación de San Pedro, según San Xavier”, nominada al premio Ariel como una de las mejores piezas cinematográficas en su categoría.
            El camino filmado de 2001 al 2013 por este grupo parece privilegiar, cuando menos en cantidad, al cine documental. Entre ellos: “Imágenes de La Escondida” (2001), “Corazón del Altiplano” (2003), “El silencio de las mujeres” (2004), “Titiriteando de frío”, (2005), “La mutilación…” (2007), “Como Marilyn sí hay dos” (2009), “La ofrenda de Frida” (2012), “Animal de fantasía” (2013, indédito). Mientras que en ficción han realizado: “Camino viejo” (2007), “Hilos de la ciudad” (2009) y “Café Internet” (2010).

Sin embargo, esta distinción genérica se diluye cuando el espectador ve más allá, cuando es convocado a mirar y ser consciente de lo que se ve. El receptor de la obra accede a un mundo de identidades en un entramado de grupos sociales. Todas las narrativas, de la ficción o los documentales, transitan hacia este punto, donde la esencia de los personajes es el eje rector del discurso: el travesti en su ritual de mutación, el titiritero en su oficio de animación de personajes, la anciana que es un espectro desde antes de serlo, el trabajador de la calle y su hijo comparsa en una cotidianidad que censura su ser. Todos estos seres subalternos, marginados, adquieren voz y nos comparten sus miradas enmarcadas por la disposición estética en el filme. Es este compromiso, mostrar a los últimos habitantes de un pueblo que se ha quedado solo porque emigrar a Estados Unidos es la única opción de vida; evidenciar la incomunicación de una pareja que ha decidido unir sus vidas por un instante, y al mismo tiempo permiten distanciarse a través del juego de las tecnologías. Lo que vemos en las piezas de Ittac Films, es el encuadre puesto en el individuo, a través de una poética de la identidad.
 *Publicado en la Revista RGB Artes Visuales. Ed. Cristina Cuéllar. No. 8. Septiembre de 2013. S.L.P., México. Disponible la versión digital en: Click aquí para ir a la versión digital de la revista.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La fotografía rulfiana y el no tiempo*

Hablar de Juan Rulfo suele reducirse al campo de lo literario, sin embargo, el autor jalisciense fue más que el gran escritor que suele conocerse. En sus manos, la cámara fue disparada infinidad de veces para captar las imágenes de un México que comparte la estética de la narrativa de ficción que portan los libros El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955).

Pero, ¿de verdad es sólo una cuestión estética compartida entre la obra visual y la literaria del jalisciense? Las similitudes son evidentes a la vista, pero a mi parecer no es sólo la estética la que se comparte, es un signo más profundo. A pesar de esto, los estudios críticos y los repasos biográficos sobre el autor de Luvina suelen olvidar esa parte de su arte, la fotografía, e incluso llegan a abordarle más como guionista de cine.

Ante esta falta de atención al Rulfo fotógrafo, la obra misma salta reclamando atención; no son piezas de un aficionado al arte de la lente, el mismo Manuel Álvarez Bravo destacó la calidad de sus disparos, la composición, el manejo de la luz, quien encontró en las imágenes del jalisciense el dramatismo mexicano mostrado sin prejuicios y alteraciones estéticas de los fotógrafos de la época. Lo anterior puede entenderse si se toma a las artes como entes aislados, pero si consideramos la relación fotografía-literatura, veremos que las piezas visuales de Rulfo sí poseen ciertas alteraciones estéticas que Álvarez Bravo pensó como ausentes.
Las alteraciones estéticas están presentes en las fotografías, pero no son las de la época, porque si bien la obra literaria de Juan Rulfo posee características que la distancian respecto a la narrativa de la primera mitad del siglo XX en México, lo mismo habría de suceder con la fotografía. Lo que hay en sus registros es el empleo de una narrativa que tiende a la fragmentariedad. Si bien en los dos libros del nacido en Sayula la fragmentariedad es un rasgo distintivo, su colección de fotografías parece ir por esta misma vertiente; imágenes que conforman un discurso completo pero fragmentario.


El autor de las fotografías y las narraciones asegura que en Pedro Páramo hay una estructura, “pero es una estructura construida de silencios, de hilos colgantes, de escenas cortadas, donde todo ocurre en un tiempo simultáneo, que es un no tiempo” (Benítez, 1980; 6). Es esta estructura, la que Rulfo sabe que ha dispuesto en su libro, la misma que encontramos en el conjunto de sus imágenes. El constructo discursivo de las fotografías que ha dejado como legado porta esta fragmentariedad, cada imagen es una ficción con múltiples entradas de interpretación y que logra eslabonarse con las demás piezas. Una ficción que se eslabona en su sentido para extender la ficción.
Los personajes, hombres, mujeres y niños del campo transitan dentro de un mundo posible que comparten, que habitan y llenan con sus personalidades, con sus miserias e imposibilidades; no es el México real de la primera mitad del siglo XX, es un México construido por los fragmentos de su autoría implícita en el discurso fotográfico en el conjunto de su obra.

La ficción de Rulfo salta desde el cuento Nos han dado la tierra hasta una composición visual donde podemos encontrar a un viejo que dirige una yunta de bueyes viejos por un camino arenoso, o en otro cuadro donde tres mujeres solas tratan de hacer lo imposible con una tierra ingrata, inútil, para pedirle con sus azadones que tenga piedad y se deje cultivar, que fructifique. La gran mayoría de su producción fotográfica comparte además el rasgo de la luz cenital del sol, iluminando todo, dejando algunos claroscuros que acentúan el dramatismo de la composición, de los rostros, de las expresiones de los mexicanos.
En el mundo posible que constituyen las fotografías en conjunto, volvemos a un elemento que ya ha mencionado el mismo autor, a un “no tiempo” compuesto por la aparente simultaneidad de las imágenes, que también están o pueden entenderse, leerse, yuxtapuestas, interpuestas. Son visiones de todos los momentos captados, de todos los instantes en un mismo instante, un momento que se satura del tiempo de cada imagen para quedar despojado del tiempo, para formar un no tiempo. Este no tiempo es el tiempo de los muertos, que, aunque no son tan evidentes como en su Pedro Páramo, son los habitantes del campo mexicano posrevolucionario. 

Este campo de Rulfo tiene las reminiscencias del “sueño prehispánico que no pudo ser concluido” por la interrupción de los violentos conquistadores, como asegura Le Clézio (2008, 215), pero también es el despojo que dejó la revolución en lugares donde nunca hizo justicia. Vemos cascos de haciendas abandonadas, paredones agujerados por las balas que le quitaron la vida a los fusilados, la pobreza, la infancia actora de un pueblo sin rumbo junto a las ruinas. Es un país arenoso, con rostros y ojos arenosos que a veces miran a la lente con desconfianza y a veces con rencor.
En el mundo posible de las fotografías de Rulfo encontramos un México con un tiempo suspendido, un no tiempo, el mismo tiempo de los muertos de Pedro Páramo, el conjunto de fotografías muestran un estado “estático”, no por su carácter de fotografía, ya que en sí mismas portan un mundo posible donde habitan ficciones visuales, pero estas visiones por separado y en conjunto, en el discurso de la obra fotográfica rulfiana, no tienen un movimiento progresivo, están, como se dijo líneas atrás, superpuestas, interpuestas, yuxtapuestas las imágenes de un mundo que también parece habitado por personajes muertos por encontrarse varados en el no tiempo, en el tiempo suspendido del inframundo mexicano: el resto del país que no goza de la burguesía y la discrecionalidad de “pertenecer” a los órganos del Estado.

Bibliografía
Rulfo, J. (2000). Pedro Páramo y El llano en llamas. Planeta, México. [1953 y 1955]
Le Clézio, J.-M. G. (2008) El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido. FCE, México. [1988]
Benítez, F. (1980). “Conversaciones con Juan Rulfo” en Inframundo. El México de Juan Rulfo. Ediciones del Norte, México. [1980]

*Publicado en la Revista RGB Artes Visuales. Ed. Cristina Cuéllar. No. 1. Septiembre de 2011. S.L.P., México.
Disponible la versión digital en:
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martes, 14 de junio de 2011

Para una Tela de araña


Esta es una Tela de araña que se teje desde un punto que se encuentra en un pasado lejano, no es el pasado de los 70, sino uno que habita en el tiempo de mi lectura de Bestiario (1951), Las armas secretas (1959) y Final del juego (1962), todas obras de Julio Cortázar. Si bien Rayuela (1963) fue un movimiento en los cimientos de lo que para mí era la literatura, antes ya la lectura de los cuentos había sido un resquebrajamiento de dichos soportes de qué leer y lo que significaba leer, de lo que se leía al leer. 
        Fui un lector tardío de Cortázar, primero hurté libros de Robert Artl (Los siete locos y El juguete rabioso) y me regalaron un ejemplar de cuentos de Jorge Luis Borges porque su propietario no lograba entenderle gran cosa (Ficciones); pero a Cortázar llegué tarde, al igual que a la obra del filósofo francoargelino Jacques Derrida (que ¿cómo se puede llegar tarde a un libro?, no lo sé). En cualquier caso, llegar tarde es lo de menos, lo importante ha sido que ambos arribos tardíos han ofrecido un punto distinto para mirar el mundo, y no sólo a la literatura. Ambos autores, en sus letras, ofrecen algo más que lo que aparentan portar, nos proveen de anteojos para mirar la simplicidad del mundo, anteojos nuevos para ver las letras, la vida, para mirar fuera de foco sin más remedio que forzar la vista y enfocar otra vez... lo que se ve así es dulce y sorpresivo: unos Anteojos para la abstracción, como el título del libro de Samperio.
        Para mi maestro (o ex maestro, pues él afirma que ha dejado de serlo cuando he tomado mi camino lejos de sus alcances, con la publicación del Últimas horas (fe de erratas) (Cante-Cenart, 2008)), para Guillermo Samperio la figura de Julo Cortázar se le complementa con la de otros dos Julios: Torri y Verne; para mí, lector amante de De fusilamientos y De la tierra a la luna, los otros dos Julios quedan ligeramente atrás en importancia. 

        En mis años de pensamiento político (no es que haya dejado de tener ese pensamiento, sino que ya sólo lo continúo y lo reconfiguro), la aparición de Cortázar estuvo presente junto a la lectura de Ernesto Guevara en el Diario del Che en Bolvia (1968) y Nicaragua, tan violentamente dulce (1983). Ambas posturas sobre la Latinoamérica de décadas atrás hablaban de condiciones similares de pobreza y marginación que hasta hoy se mantienen, ahora usamos otros términos y las vemos a través de la web, pero la pobreza y la miseria siguen ahí como una realidad (¿violentamente dulce?) que sigue doliendo. Esta acción política de Julio, así como la registrada en su participación en los Tribunales Russell, y otras que Julio mantenía en su vida compartiéndola con su labor de escritor de ficción, es la que he querido visitar en Tela de araña (Ficticia 2011), aunque sin olvidar la belleza y dulzura oblicua de su ficción y su poesía.
        Por otra parte, tengo que decir que, de alguna manera, escribir es recuperar lo que no está perdido pero que parece perdido, o se puede pensar como perdido. Así, escribir permite recuperar al Julio político, al Julio escritor, que está ausente en el libro, recuperarlo con su ausencia. 

        Adicionalmente a esto, la escritura también es una recuperación en otro espacio. He dedicado estos últimos años a las letras, ya no en acciones públicas: revistas, lecturas, festivales y esas cosas. He abandonado el mundillo de la literatura de mi pueblo y en este otro pueblo que me ha recibido y abrazado, para procurar estar a solas con las letras. Ahora, ante esa ausencia, aquí está lo que se recupera, como la salud, como el trabajo, como la cordura, la seguridad y la fuerza, como el control; ahora que estuve lejos, he recuperado las letras que forman una tela de araña, misma que necesité reescribir tres veces más, y esta que tendrá ante sus ojos el lector es la cuarta (si es que no olvido una vieja versión desechada). 
        Recuperé la visibilidad de estas letras y estas historias, que no deambularán fantasmagóricas mientras cruzan el África en una noche desde Madagascar al Estrecho de Gibraltar, gracias a los esfuerzos de los editores. Éstas letras lograrán estar sobre las mesas de novedades en las librerías por algunas semanas y después en los estantes de ciudades donde no conocen este nombre, el mío, ni la historia en sus páginas, que es en todas las ciudades. En esos espacios, el libro que aguarda por ser abierto y puesto en funcionamiento necesitará que alguien le dé la oportunidad de ser abierto y así aparezca la vida del mundo donde Ariadna, Jacques el mesero y los Julios habitan.
        El lector podrá andar con los personajes por un París al que rindo mi gratitud, por haber sido el escenario en el que gasté las suelas de mis zapatos, como Ariadna; incluso, donde fui lo mismo que Ariadna, y busqué a Cortázar con una Rayuela en la mente, por los puentes, calles, museos y estaciones de tren y del metro, recreando los encuentros de Horacio y La Maga al leer la placa con el nombre de una calle que aparece en la novela; tomé un café donde el mesero dijo que Julio tomaba el café, platiqué con una ausencia pero con su presencia; imaginé que llegaría por esa puerta, pero yo fui una Ariadna que llegó tarde, y todo lo imposibilitó esta tardanza. En el Cementerio de Montparnasse encontré una tumba repleta de piedras y notas dejadas por los visitantes, una lápida con los nombres de Cortázar y Carol Dunlop, y una flor, porque "un cronopio es una flor, dos son un jardín". También fui una Ariadna cuando llamaba desde una caseta telefónica para que llegara el momento de arribar por primera vez al Centro Cultural Mexicano y encontrar a Jorge Volpi, en un París donde fui individualmente feliz en 2003. 

        Espero que estas pocas páginas otorguen una grata postal de esa ciudad, el sitio en el que supe, parado junto al Sena, tras leer la Prosa del observatorio (1972), que era momento de arrojarme al río de letras, aunque eso costara la vida, sin saber que me aguardaba, al contrario, la vida, esa que tejemos y nos atrapa en su tela de araña. La trampa de la araña, como la de las letras, atrapa, pero también libera.

domingo, 5 de junio de 2011

El Cártel de San Luis, un discurso que apropiamos para actuar

El plazo se cumplió. El colectivo El Cartel de San Luis muestra los resultados de la convocatoria que se lanzara el año anterior, solicitando carteles y animadores para la realización de esta propuesta.
Para mí, lejano a los procesos de animación, fue una grata sorpresa ver en qué terminó el texto (Bajo fuego cruzado) que escribí para el colectivo, donde se señalaba el espíritu de esta convocatoria.
Aunque me permitieron ver algunos avances, nada se compara con ver esta obra terminada.
Desde la fecha en que escribí ese texto hasta hoy, las cosas no han cambiado ni un poco, la muerte de inocentes bajo el fuego cruzado y fuego directo sigue siendo lo cotidiano en el país. Eso no quiere decir que este tipo de propuestas sean inútiles, para mí es lo contrario.
Este par de animaciones, que han implicado los esfuerzos de los diseñadores de carteles, de animadores y de los miembros del colectivo, son la postura que individual y colectivamente portamos, es nuestro repudio (o indignación, para emular a los ibéricos).
Pero no sólo es un discurso que flota en la red, que nos da un tema de plática (eso sería ser absolutamente frívolos); esto es la muestra de la apropiación de un discurso con que se incita a actuar... es comunicación que manifiesta una postura que, a su vez, pide una respuesta; es un discurso donde los actores de este diálogo tendamos a la acción: de la palabra a la acción, de la imagen a la acción, del sonido a la acción.
Es momento de ir codo a codo y en solitario hacia la acción, la denuncia, la (completa y verdadera) exigencia a las autoridades, la búsqueda y la construcción de la solución a un problema que nos mantiene en alto riesgo a todos los que estamos y los que estaremos en este pueblo. Seamos un Cártel de San Luis, de Guadalajara o de Villa Algo. Formemos un cártel individual y colectivo, y vayamos hacia la acción.

martes, 18 de noviembre de 2008

Volver (para presentar Últimas horas (fe de erratas))

No poseo, materialmente, ninguna llave que abra ninguna puerta en esta ciudad (San Luis Potosí). He partido hace casi un lustro, sin querer ni haber podido volver en forma, formalmente; ahora esto parece una visita formal, una especie de vuelta. He aprovechado la imposibilidad del retorno para mantenerme ocupado, gozando de una vida muy distinta a la que esta ciudad adoquinada me brindó, no es necesario ni importante decir cuál ha sido mejor que la otra, a mí no me interesa el comparativo.
He escrito, leído y pensado mucho todos estos días que me ausenté de esta ciudad, por la mañana en la universidad, por la tarde y noche en el periódico, hasta la madrugada en casa; esto ha sido un verdadero entrenamiento, entrenando para escribano (entrenamiento que nunca termina), haciéndolo cada día, sin reflexionar más de lo debido. Sentía y siento un compromiso con lo que se dirá y cómo se dirá.
¿Cómo hacer para sólo adivinar el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno? He vuelto, a visitarlos, como dice en otra parte: del brazo y por la calle, con este libro que hoy presentamos el CANTE, CENART y sus servidores.
Esto no sería tan difícil si estuviera de visita en el DF o en Los Ángeles, sería presentar un libro y ya, sin embargo aquí están las caras conocidas y queridas, las desconocidas y queridas.
Traigo, por la calle y bajo el brazo, un libro que ha significado lo que no se puede decir ni ver, que no se debe decir porque he aprendido cómo no hablar. Lo que sí puedo decir es que ha significado caminatas por muchas ciudades, charlas viejas y nuevas.
Y, sin embargo, mi obra, esta obra, no será nada hasta el momento decisivo, en que mi escritura termine de ser escrita, de gozar al tener frente a su ser de tinta, papel y palabras sus ojos chiquitos, grandes, tapatíos, soñadores, café, azul o negro, miopes, bizcos o sordos; será cuando mis palabras, conjuradas para ser historia, logren serlo, al escribirlas entre ambos, usted y yo, la historia que vendrá de este libro será su historia.
Por ello, agradezco su colaboración, que sólo será posible si hay una seducción textual, como he dicho antes ya en mi blog, y entonces el libro, abierto de páginas, se entregará a su coescritura, amable lector: será un lujo si lleva el libro a la cama o si el libro lo lleva hasta la cama.
Esta será la manera (en esta comunicación que se completa) con la que hoy y cada vez que usted desee abrir el ejemplar, la tríada lector-historia-autor pondremos en juego la escritura. Mientras tanto, y con el amparo de este pequeño libro que no tiene dedicatoria impresa, porque es para el lector, hoy me permito el lujo de volver con ustedes, con la frente marchita, pero, por un momento, volver.

jueves, 30 de octubre de 2008

Últimas horas de espera

Ya han pasado varios años desde la escritura de este libro. ¿Que cuándo comenzó? ¿Cómo saberlo? Las palabras y las cosas (como el libro de Foucault) se fueron guardando jornada a jornada, escribiendo párrafos a ratos sin pensarlos mucho en San Luis Potosí, en Londres, París, Norwich, Cromer, Colchester, el DF, en Celaya, al caminar en Cambridge y en Guadalajara, se guardaron de a poco como borradores en la mente. Durante un año y medio lo tecleé y corregí, y cuando parecía terminado, cuando la alegre diseñadora tuvo en sus manos el texto para armar el libro y lo armó, todo cambió.
Ya me había dicho hace más de cinco años el poeta jalisciense, el amigo Ricardo Yánez: "Yo no sé de narrativa casi nada, pero lo que sí te puedo asegurar es que debes ser severo al momento de corregir y, si no, deberás ser severo contigo, con tu texto, al entregarlo a prensa". Y eso sucedió, tarde pero a tiempo, todo, menos la esencia, el espíritu del libro, cambió.
Ahora no depende de mí otra cosa que esperar estas últimas horas en que la coedición del CANTE y CENART llevarán el texto a la prensa (suena como llevar a un hombre al cadalzo, para "relajarlo", para "hacerlo cuartos", en la jerga española para la Santa Inquisición); y luego, en cajas, apilados, saldrá el tiraje de la imprenta.
Un libro no es un hijo, satisface, pero no es tanto; sin embargo, ha de darsele la seriedad a la escritura, a la corrección y a las reescrituras necesarias. Confío en haber hecho todo lo que estuvo en mis manos; las molestias para la editorial, si hay una próxima vez, se las ahorraré, eso lo prometo. Pero esta vez fue necesario; cómo no corregir una vez más este libro si años antes, en febrero de 2004, en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, en el pasillo, se detuvo el viejito, con su rostro de sabia tortuga, don José Saramago, y dijo mirándome, sosteniendo mi mano: "Mira, mi consejo más grande es no tener prisa, no desesperar por publicar, y a escribir y corregir", están sus palabras bien claras en mi mente, la textura y la sensación de sus manos, su mirada con párpados cansados, su aliento. Eso hice, a destiempo pero lo hice, a pesar de saber que corría el riesgo de que el editor desistiera de publicarlo si no se iba a prensa como lo tenía él, ya listo.
Ahora, la crítica criticará, eso espero, y la historia ¿me absolverá...? en el olvido, aunque eso poco importa.
Recuerdo en este momento, cuando son las últimas horas antes de ver impreso el libro, recuerdo la absurda dimensión de mi obra y de las obras ajenas, grandes o ínfimas obras propias y ajenas; traigo acá la postura de Woody Allen sobre la obra literaria, plasmada en uno de sus gratos cuentos, cuando afirma que tanto sus libros como los de William Shakespeare serán lo mismo cuando este mundo entero estalle y todo sea polvo cósmico.
Agradeceré al editor y a los lectores su cercanía, su aprecio y desprecio por lo que el libro porta, por hacer que el texto exista cuando sus ojos se gasten al recrear en cada lectura nuestro texto, el texto que coescribimos cada que, tras alguna seducción, se abra de páginas. Ahora sé, lo "recuervo", que no pasa nada.
Dice gracias Gerardo Cruz-Grunerth, a veces Mr Lluvia Oblicua

sábado, 4 de octubre de 2008

La degradación trágica de Cara de Ángel en El señor presidente

Miguel Ángel de Asturias nos presenta en El señor presidente la figura del mandatario y su fuerza de Estado como la estructura que no debe ser confrontada desde una minúscula posición, como lo hace el personaje Cara de Ángel.
Cara de Ángel, que en un primer momento es presentado como un fiel ayudante del presidente, en el transcurso de la diégesis sufre, como personaje redondo en el sentido de Henrry James, modificaciones, superaciones, que tienen que ver con un reconocimiento personal; estas modificaciones serán motivadas en su mayoría por los sentimientos que Camila le despertará.
La superación (concepto que no necesariamente está ligado a la mejoría en condiciones de vida de un personaje) de Cara de Ángel generará que dicho personaje se reconozca en una figura que no le había sido revelada, la figura de él como hombre que atiende las llamadas de la compasión, del amor, del deseo, aunque refleje de alguna manera un tono edípico.
Cara de Ángel se mueve en un eje de oposición, mientras que más logra acercarse a la faceta mencionada y, por lo tanto a Camila, más logra alejarse del presidente, la cercanía casi íntima se esfuma con la traición hacia el mandatario; por supuesto que ha traicionado al presidente y todo lo que él representa, ha desobedecido la instrucción, la encomienda; por ello, la figura que posee el poder debe, sin titubeos, sancionar, castigar.
Esta sanción parece no haber cobrado efecto, ya que cuando se registra el matrimonio entre Cara de Ángel y Camila, el Estado genera una versión de los hechos que es favorable a todos los involucrados, pero la acción no es a favor de los casados, no es la aparente satisfacción de los involucrados (incluyendo al presidente como padrino), sino la muestra del ser hegemónico que logra con sencillez controlar cualquier situación, incluida esta.
Es de esta manera que el sujeto poseedor del poder hace patente en toda la historia su capacidad, su conocimiento casi total de lo que sucede en el espectro del mundo ficcional en el que habitan. En una mano tenemos que todo se encuentra en condición manipulable para el presidente, mientras que en la otra mano tenemos la precariedad de aquél que “depende” del presidente, que es visto desde lo alto. Incluso, el presidente puede, gracias a las reglas del mundo instaurado por el autor, efectuar acciones similares a un deux est machina pero para degradar a Cara de Ángel.
El alejamiento que experimentan los personajes al viajar al campo genera un ambiente renovado, en el cual nuevas expectativas de mejoría aparecen. Pero el autor mantiene una estrategia de tensión en la cual la promesa tácita de bienestar se incrementa con fuerza para efectuar cortes de tajo; la técnica narrativa se muestra como un puño que pega con fuerza en la pared, y pese al dolor del puño, este no va más allá de la tapia.
Cara de Ángel ha conseguido una serie de factores "humanos" para su vida que antes de que comenzara la historia narrada no los poseía, pero, como mencioné párrafos atrás, ganar significa perder, y bajo esta premisa, sucede que se aleja del presidente y su rango de protección mientras más se acerca a su ser y a sus intereses más íntimos.
Así, sin mediación alguna, le es acomodado el adjetivo de traidor, cosa no podrá soslayar, que será y ha venido siendo desde el momento de su desobediencia, un hecho convenido con el destino del que no podrá escapar, como un Edipo que pese a su poder continúa mostrando su precariedad ante el destino. Este es un elemento que constituye las tragedias griegas en muchos casos, y que también es objeto de estudio de Lucien Goldmann en El dios oculto; esta condición analizada por Golmann está presente en la novela El señor presidente.
A pesar de asumir Cara de Ángel que es un traidor al presidente y al Estado, debe tomar la encomienda, una nueva encomienda: viajar a Washington para servir al presidente y al país en ese lugar. ¿Cómo debe un personaje como Cara de Ángel afrontar la disposición que no sea dándole cumplimiento, intentando rehacer el camino roto al momento de desposar a la hija del enemigo del presidente? El Estado no perdona, por lo tanto el presidente tampoco, lo motivará al poseedor del poder a cobrar la cuenta pendiente, al traicionarlo también con la golpiza propinada a Cara de Ángel, con la suplantación por uno “parecido” a él, y el encarcelamiento clandestino, actuar digno de la figura del dictador latinoamericano de esas fechas.
La decisión del presidente hará que las cosas se traslapen de nueva cuenta, Camila estará alejada de Cara de Ángel, éste estará en la disposición del presidente y hará uso de él, como una burla, hasta que pague con su vida, justo cuando le hacen creer que a Camila le ha dejado de importar y lo ha sustituido por otro hombre.
Desde luego que Cara de Ángel debe morir en las manos, en el territorio, del presidente, lejos de Camila; debe morir porque ha perdido lo que decidió buscar, por lo que traicionó a su superior: la pertenencia a Camila; llegando así a la degradación total, donde nada queda en sus manos y es burlado por el sujeto que posee el poder, hasta su fallecimiento trágico producto de su precariedad.

Tropiezos transatlánticos

...La seguridad la sentía desde que intentaba imitar los pasos con traspiés que Antonieta Rivas Mercado había dado, mientras tocaba dentro de la bolsa del abrigo el frío metal del revólver de Vasconcelos. Pensaba que al igual que ella, Antonieta había cruzado el Atlántico para estar un poco con el hombre al que admiraba, lo mismo que ella con Julio, y había dejado años atrás a su esposo, el gringo, como ella a Gustavo. Así, sintiendo una simpatía con Rivas Mercado, Ariadna permanecía sentada en una banca de la catedral, imaginando el 11 de febrero pero de 1931, el día que la desilusión llevó a la desdichada mecenas a caminar tropezando con las banquetas, girando alrededor de su cabeza un pasado de fantasmas, actores haciendo caravana al público que los ovacionaba en el Teatro Ulises el día de su estreno; billetes a puños introducidos en los bolsillos de los sacos de Xavier Villaurrutia y Novo mientras su esposo, el estadounidense, la apretaba por el brazo harto de tanto perfumar sus vidas de intelectualidad y arte, de escuchar palabras que a borbotones manchaban la cena en su casa. Pero Vasconcelos siempre, en la intimidad, seguía siendo distante con su amante, nunca pidió que dejara a su esposo para estar con él. Ese día en que Antonieta Rivas caminaba por el mismo Boulevard Saint-Germain, despreciada ella y con el peso de la complicidada traicionada luego de la salida de México, tras el fraude financiero por el que acusaban al apóstol de la educación mexicana, lo que lo orillara al exilio, había decidido darse a las soledades, a las tristezas de sus estudios filosóficos, derrotado como pez con la carnada dentro, a morir en la soledad en llamas. Ariadna cerraba los ojos con fuerza, y el disparo retumbaba claro, como repetición del original; volteaba al suelo y veía a Antonieta tirada, dejando correr la sangre de la fisura hecha por la bala en su cráneo.
Esta vez, al recrear en su mente la muerte de Rivas Mercado, pensó largo rato en Gustavo Herbert, recordaba las palabras que apenas hacía una hora él había enunciado: “Para jugar a Horacio y la Maga se necesitan dos. Tú juegas sola en París, sola”, y al final, antes de que ella colgara el auricular: “Ariadna. Deja de enredarte”. Abandonó el templo, no quiso mirar atrás, dejaría de ir un par de días, se dijo. Un taxi paró luego que ella pidió que se detuviera. Sacó su libretilla, leyó el domicilio y lo dijo al conductor; tomó el bolígrafo para escribir en la siguiente hoja...

viernes, 18 de julio de 2008

Cartas (uno)

Melvina:
¿A quién le importa el descascarado ojo de una loca que jamás ha probado un chicle de cereza?, ayer me preguntó Josué cuando intenté explicar las rutas de búsqueda; tarde o temprano te encuentro. Estoy esperando el hallazgo esta noche, a estas horas no hay en el botiquín del baño ni en el cesto de la basura una aguja con amorosa sangre reseca en sus paredes interiores que nos una. Así, tan lejos, te veo mientras degüellas con tus uñas mi puente filigrana. La sangre negra se dispersa apenas cuando he cerrado los ojos y soñado que te tengo dentro, y sin más, me tienes dentro y me andas al interior de las venas. Así sabemos quiénes somos, perras, perros, gatas y gatos pardos aullando de noche cuando las sábanas han caído al suelo. Ahora, yo sólo tengo otras penas, no tú, Melvina. Tengo fobias febriles a los empaques de celofán que no me dejan hojear las de las revistas de pornografía, a los burócratas del arte nacional, a los payasos, a la cursilería barata que escribimos por tres pesos para la masa, para la grasa del cuerpo, para las ratas del basurero; tengo rabia a quienes sacrificarían por traidores a la patria a todo zapatista, los imbéciles que castrarían al Sup y a Tacho de encontrarlos en el metro La Raza, y al cheque que rebota en las ventanilla del banco; a los cigarrillos que se rompen y al vino de anoche se terminó; a ello. A la gente que toca la puerta o llama al teléfono cuando estoy escribiendo. Tormento: quedarse sin agua caliente para el baño un día a menos cinco grados. A parte de eso, lo demás sólo es cuestión de seguir, seguir como escarabajo llevando su mierda a cuestas, hasta siempre, condenándonos a luchar la guerra que siempre otros nos ganan, a dejar ir las inevitables lágrimas por las mejillas caídas por el encuentro que pudo haber iluminado un sendero hasta tu alcoba, pero no iluminó más que un cigarrillo mojado por la llovizna de París. Mientras tanto, escribo y con esta tinta estamos así, dentro, seguimos en tú, en yo, siendo tu yo, cuando me rodean tus piernas y me llenas con tu lengua, inundando con saliva las cuencas de mis ojos. Te veré fuera de mí, pensaré con esta distancia que nunca es tarde para dejar en tu piel marcadas mis manos desde esta otra galaxia, gastando el remedio a la lejanía en esta telaraña de palabras amorosas que ya no te rasguñan los senos cuando frotas mis carta sobre ti. Escribo estas navajas, Melvina, que son sólo son el hervidero de tinta en mi bolígrafo, que intentan alcanzarte por dentro esta noche.

jueves, 3 de julio de 2008

Anteojos para ver la simplicidad del mundo


Jacques Derrida, con sus libros, ha dejado frente a mí anteojos nuevos para ver el mundo, las letras, la vida, para mirar fuera de foco sin más remedio que forzar la vista y enfocar otra vez... lo que se ve así es dulce y sorpresivo.

sábado, 28 de junio de 2008

La creación lingüística de Adonis García y los elementos comunicativos con el lector en "El vampiro de la colonia Roma"

Luis Zapata ha desarrollado una forma poco usual de narrar en su novela El vampiro de la colonia Roma (1979), donde encontramos siete capítulos que presuntamente constituyen la trascripción textual de siete cintas, de una entrevista en la que sólo aparece la voz del entrevistado.
El autor ha generado a dos personajes en un primer plano, el entrevistador, del que todo lo desconocemos, ni siquiera leemos una sola de sus palabras, a pesar de que se le formule alguna pregunta directa y se suponga su respuesta; el segundo al que nos referimos es el entrevistado, llamado Adonis García, quien es, al momento de narrar su vida, el narrador y, por su forma de narración y porque los actos verbales se efectúan en un tiempo presente, el narrador cada vez que es leído el libro, se encuentra en un cierto tiempo presente, el del mundo construido para la obra, y los hechos que verbaliza se encuentran en el pasado de ese mundo al que nos referimos.
Con esto podemos ver que el autor hace que la obra sea un ente que se actualiza al momento de ser leída, siempre es al leerse un tiempo presente, Zapata lo hace como si la obra fuese un acto performativo ya que crea al momento que describe. La obra a través del personaje que narra, narra, pero lo hace en tanto lo hace, por la modalidad verbal, como he mencionado.
Un ejemplo de narración similar es la novela de Manuel Puig El beso de la mujer araña, donde existen similitudes, en tanto que la obra se hace al ser leída, pero hay una diferencia sustancial, en la obra de Zapata encontramos la justificación global que no deja espacio a críticas sobre la construcción narrativa, ya que los títulos de los capítulos nos refieren, así como los mismos personajes, que se trata de una grabación en cintas magnéticas como medio utilizado para almacenar el mensaje; por su parte, en la novela de Puig, nunca se afirma o se niega la manera en que el mensaje que leemos está ahí, lo que elimina la mediación de las cintas, dejando un cuadro al que cualquier lector arriba y no es preciso saber más, como si viéramos el escenario y a los personajes en una obra montada al momento de leerse.
Es esta misma justificación de la existencia del mensaje que en las páginas se ve, la misma que da una amplia comodidad al autor real de evitar el uso de puntuación y mayúsculas. Todos estos elementos tipoortográficos soportarán, cada uno reunido en un todo, la idea de que la obra que se lee es una trascripción de las cintas referidas. Además, esto es soportado por la forma en que se presenta la trascripción en su ortografía, pues trae las palabras en su uso vulgar como fueron dichas, sin corrección ortográfica; de esta manera leemos: pus, ps, ja, áhi, etc. Y así, apoyado finalmente por marcadores discursivos propios de la charla, que pudieron haberse eliminado en una trascripción, en la obra fueron "respetados" en la supuesta trascripción, para dejar un texto plagado de preguntas como: así medio riéndose y medio enérgico ¿no?; y: te llevaba por las escaleritas y ahí te dabas tu piquete ¿no?; como todos los lugares que son de clima más o menos calientes ¿verdad?; por señalar sólo algunos.
Incluso, podríamos afirmar que toda la narración en El vampiro de la colonia Roma, lo que el autor nos deja leer y, por lo tanto, saber, constituye para los lectores reales la materialización de la intertextualidad, todo forma parte de otro texto (ya que la citación intertextual no se bastan en textos impresos para serlo, sino, como afirma Graciela Reyes en su tratado sobre la citación en el relato, en la obra Polifonía textual (1984), la citación puede ser la relación con un texto, una serie de textos, los lugares comunes, o el corpus cultural de la humanidad). De esta forma, los pre-supuestos elementos y, desde luego, preexistentes, las cintas en cuestión, conforman este elemento intertextual mencionado, sin el cual sería presuntamente imposible conocer la vida de Adonis García. Es el registro, este medio, la salvación de las memorias del personaje.
Junto con los elementos intertextuales encontramos los paratextuales, en donde más que en cualquier otro lugar podemos ver la mano del autor real, cuando emplea los epígrafes que él ha elegido, que conforman en su calidad de paratexto otras siete citaciones, pues son los epígrafes citas textuales de novelas como El buscón de Quevedo (al que se refiere en el último capítulo o cinta, y la referencia es del último momento de la novela picaresca, cuando Don Pablos viaja al Nuevo Mundo por una nueva vida, situación empatada con la de Adonis, que viaja de la Colonia Roma a la Cuauhtémoc, alejándose para poder entender desde la distancia su vida).
La elección de los paratextos es, sumada a los titulillos de cada cinta como: y que te den de repente la cogida de tu vida, el interés capitular del autor, ya que ha elegido, entre miles de palabras por capítulos a una frase que represente lo que, a su juicio, es la idea más destacada. Con esto vemos un claro interés de Luis Zapata por generar una segunda lectura, no sólo la textual, sino la paratextual.
Es a través de toda una estrategia narrativa sustentada por todos los puntos referidos aquí, donde al autor, como se ha dicho, sólo se le ve en cada portadilla del capítulo y parece esfumarse; es de esta manera que el autor ha construido no sólo la diégesis, sino que ha elaborado al personaje que se construye en sus propias palabras, en sus acto de narrar al hacerlo. Adonis García es un ente que puede escucharse en primera persona sin aparentes mediaciones, sin parafraseo del autor implícito. Desde el título, ya Zapata nos dejaba saber que lo importante en el libro sería el personaje, por él llamado en la primera de forros el vampiro de la colonia Roma, por otros personajes y por él mismo Adonis García. Y esto es lo que entrega el autor real, una obra donde el personaje es lo único, mostrado por sí mismo en la verosimilitud de la obra.
Finalmente, el hueco que Zapata ha dejado en cada marcador discursivo, como los referidos, sea un ¿no? o un ¿verdad?, o cualquier otra situación donde el personaje pide al entrevistador confirmar que el canal de comunicación permanece abierto, es ahí donde podemos suponer que el personaje fantasmal del entrevistador parece ser que, o creemos que, ha asentido o negado; toda esta suposición del personaje que entrevista conforma un espacio en el cual el lector puede permanecer, al lado del personaje, escuchándolo y asintiendo o negando, con la posibilidad de ser un doble o el mismo entrevistador. De esta forma, y porque la novela es al momento de leerse, es que la historia de la vida de Adonis García nos está siendo contada, si se desea (que no que si se quiere), para el lector que participa en la comunicación en el lugar del entrevistador; ésta es la creación que Zapata regala a un fiel lector.

Bibliografía
REYES, Graciela. Polifonía textual. La citación en el relato literario. Gredos. Madrid, 1984.
PUIG, Manuel. El beso de la mujer araña. Seix Barral. México, 1992.
ZAPATA, Luis (1979). El vampiro de la colonia Roma. Debolsillo. México, 2004.

sábado, 10 de mayo de 2008

Vías circulares

Mientras tanto, seguías metiendo la cabeza en el suelo, buscando la raíz de la lengua que te hablaba; el único hallazgo fue un reflejo de plata junto a las cegatonas lombrices, lo justo para el viaje en metro.
Salías con la cabeza sucia de tierra húmeda para respirar; sólo sentías el viento que siempre traicionaba tus deseos, ahí no estaba. Seguirías en las búsqueda.
En la vía cavada a tres metros bajo la noche, cuando hacías una pausa para el descanso de los dedos sangrados por la labor, leíste con ojos de tierra el mensaje que habías dejado jornadas atrás: "Letras negras rotas. Ariadna está muerta. No me sigas, estoy perdido". En la superficie el viento soplaba cuando emergiste a respirar.

miércoles, 30 de abril de 2008

La fuerza de la ignoracia en "Los de abajo"

Mariano Azuela nos presenta en su novela Los de abajo un ángulo no tratado en los libros de texto y en la historia sobre el conflicto armado de inicios del siglo XX en México, la Revolución Mexicana. Lo hace dando voz a las partes más bajas en la estructura revolucionaria, es decir, los campesinos pacíficos que se enrolan en “la causa” por motivos accesorios, los pobladores de los ranchos y sus mujeres, que soportan o mejor, sostienen desde sus funciones de cocineras y curanderas a las pequeñas (en este caso) o grandes tropas de la celula revolucionaria.
No es sólo este tipo de personajes el que participa, el propio de las inmediaciones de Juchipila, sino que también, y compartiendo la carga de principal con el protagonista Demetrio Macías, aparece un personaje que evoca a lo citadino, es, por muchas razones, una figura que se contrapone a Demetrio, aunque en un primer momento intente este personaje, Luis Cervantes, asemejarse a el líder, pues cree comulgar con “la causa”.
De esta manera, Mariano Azuela nos presenta dos espacios que se oponen, con todo lo que a ellos les compete. Por un lado nos es revelado desde las primeras páginas el protagonista Demetrio Macías, que es un campesino que trata de sobrevivir a las represalias del cacique quien pretende eliminarlo, consiguiendo lo contrario, que se alce contra los federales. Demetrio representa así a uno de estos mexicanos de pueblo que, por razones periféricas al conflicto revolucionario, se anexan y combaten contra los federales; es ignorante para los
ojos de Luis Cervantes, pero posee la inteligencia del hombre de la sierra, y la ferocidad para hacer frente a los federales, organizar a una célula revolucionaria y causar bajas al enemigo. Demetrio es un líder.
Luis Cervantes será la “intelectualidad” que todo cuestiona y se cuestiona a sí mismo, contrario a Demetrio. Por ello hace caer en cuenta a Demetrio, al caer al también en cuenta, que no hay claridad en “la causa” que persiguen. Nadie sabe qué cosa se supone que es lo que justifica que ellos, en la sierra zacatecana, se mantengan atacando a los federales. Luis Cervantes, en su intelectualidad, razona los motivos de la revolución, pero ve en el escenario que los motivos de un grupo social opuesto al grupo que detenta el poder no se encuentran ahí. Lo mismo pasa
con las mujeres que sostienen la célula, pues se han visto agredidas, en su individualidad, por el paso de los federales, al robarles a sus hijas, por ejemplo.
Cervantes cuestiona repetidas veces, tanto a Demetrio como a los demás integrantes de la célula, de los motivos para mantenerse en el conflicto. El lector puede, desde fuera de el marco de la novela, con el marco que el lector cuenta, mirar por arriba de ellos, gracias a la poca intromisión del narrador, y comprender que todos, incluido Cervantes, no persiguen el espíritu revolucionario, no se ve un aspecto polìtico directo. Este es el eje, el ángulo de Mariano Azuela. Nadie sabe qué cosa es la revolución pero todos son revolucionarios. Y, si la novela cobra fuerza es porque cada ciertas páginas las palabras del autor, las situaciones a las que enfrentan los personajes van incidiendo sobre este punto, van dándole fuerza hasta la última página, hasta el desenlace de la obra, donde nada se desenlaza, sino que todo, como un nudo, se tensa hasta que corta cualquier posibilidad, cuando Azuela Escribe bellamente: “El enemigo, escondido a millaradas, desgrana sus ametralladoras y los hombres de Demetrio caen como espigas cortadas por la hoz”.
Demetrio ha de pensarse, para sí, como personaje (sin pensarlo) como un héroe, un líder, es más, sale de su pueblo y al final de la novela regresa a El Limón por lo que alguna vez dejó, como un Odiseo que vuelve luego del mar, después de largo tiempo y aventuras peligrosas, para encontrarse con su Penélope de Juchipila. “Demetrio, pasmado, veía a su mujer envejecida, como si diez o veinte años hubieran transcurrido ya”.
El tiempo pasó y la miseria, el deterioro, fue destruyéndolo todo mientras los esfuerzos se enfocaban en algo parecido a una revolución. Por una parte, Luis Cervantes se apartó de “la causa” y escribe a Venancio, ya desde El Paso, Texas, el 16 de mayo de 1915, que, la realidad en la que vive, lejana a la de Venancio y los demás integrantes de la célula revolucionaria, le ha traído los resultados que esperaba. Lo que ha pasado con el personaje es que ha retomado su camino, el de la educación en la universidad, quizá su camino como periodista, de ello no se
habla. Pero la afirmación que se hace de forma implícita es que Luis Cervantes dejó en suspenso su vida, sus objetivos, se unió a “la causa” revolucionaria, luego de ver la flaqueza de “la causa” (que no la entrega de la vida de los “revolucionarios por ella”), se aparta y retoma sus objetivos. Esto es lo que nos dice a Venancio (que es el narratario de la carta) y a nosotros lectores. Que resultará ser la gran moraleja de la novela, porque es parte de las estructuras
sociales a las que pertenece en la realidad el autor real, que es desde donde y de lo que puede hablar el autor implícito y el narrador.
Por su parte, Demetrio ha vuelto a El Limón, y a su paso de vuelta para encontrarse con su esposa ha visto lo mismo en todos los lugares. Es, este párrafo, la confirmación de la visión que se provee al lector: el México que ha quedado por la ignorancia y la confrontación bélica. Y este espacio se repetía por cuanto pueblo habían pasado Demetrio y sus seguidores.:
“Se acordaron que hacía ya un año de la toma de Zacatecas. Y todos se pusieron más tristes todavía. Igual a los otos pueblos que venían recorriendo desde Tepic, pasando por Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas, Juchipila era una ruina. La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas cerradas; y una que otra tienda que permanecía abierta era como por sarcasmo, para mostrar sus desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por todos los caminos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente, en llama luminosa de sus ojos que, cuando se detenían sobre un soldado, quemaban con el fuego de la maldición”.
En el final, podemos ver a un Luis Cervantes que piensa y sugiere a Venancio en negociar, disfrutar, obtener carácter, hacerse rico, en fin, triunfar al cumplir sus objetivos, pero lejos de la “revoluciòn”. En contra parte, todo en Juchipila se ha apretado cada vez más, las sogas vuelven a jalar a Demetrio y a los suyos a la línea de fuego, a la concentración de acciones que soporten “la causa”. Ya no está Luis Cervantes para generar la gran interrogante que no pueden ni quieren responder Demetrio y los suyos, pero está la mujer de Demetrio para formularla: “¡Ora sí, bendito sea Dios que ya veniste!... ¡Ya nunca nos dejarás! ¿Verdad? ¿Verdad que ya te vas a quedar con nosotros? (...) ¡Demetrio, por Dios... ¡Ya no te vayas! (...) ¿Por qué pelean ya, Demetrio?”. Y Demetrio lanza una piedra al cañón, rueda al fondo y dice: “Mira esa piedra cómo ya no se para...”
Esto ha sido lo que la célula de campesinos que luchan por “la causa” ha encontrado, a ello me refería párrafos arriba cuando mencionaba que en el desenlace nada podría desenlazarse, sino lo contrario, reunir la fuerza necesaria, atar más a los hombres a una situación sin-razón para que la inercia los llevara a su fin, la miseria, la ignorancia y la muerte, que, considero, es el espíritu de la obra. Todo ha sujetado a Demetrio como a un animal sin voluntad, como a una
roca que rueda cada vez más abajo rumbo al fondo del cañón, para que Demetrio “con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil...” como una maldición, como un hombre al que su precariedad le impide escapar a su destino.